Cortó, talló, barnizó, le dió forma, lo observó una y otra vez, de pies a cabeza, le tomó medidas, para comprobar que todo estuviera perfecto.

Tomó un poco de ropa que tenía en la silla y se la colocó con cuidado, le puso una peluca castaña, con cabello reluciente, 20 pequeños y perfectos dientecitos y un par de ojos que parecían tristes y cristalinos.

Lo tomó con cuidado entre sus manos y lo sentó en la silla que ahora estaba vacía. Observó lentamente cada detalle y dejó salir un suspiro cansado y suplicante.

— ¡Al fin lo conseguí! Y esta vez será como si jamás te hubieras ido.