Sales de casa por la mañana, estos días ha hecho mucho calor, por lo que optas por un conjunto ligero, un vestido corto, con un poco de vuelo, y unos tenis blancos.


Caminas hacia tu trabajo, pasas a tu cafetería favorita y compras un frappé y una galleta. Se te hace tarde para el trabajo, pero te gusta mucho caminar despacio, mientras observas las pequeñas escenas de tu ciudad.


Terminas de trabajar y sales con tus amigas, bailan, beben, charlan, se divierten hasta muy tarde en la noche.


Como están cerca de tu casa, deciden caminar hasta ahí y despedirse durante la mañana, ya que hayan descansado un poco. Te gusta ese paisaje solitario, con la luna de fondo.


Alzas la vista hacia tu ventana, ahí, donde siempre está ese paliacate violeta que tu abuela te regaló cuando eras niña. Recuerdas todas las fotos que te mostró: Las marchas, las reuniones, los talleres y las consignas. Recuerdas las historias que te contaba con la mirada en la lejanía: las amigas reunidas pensando qué más podían hacer, las tardes de llanto por haber perdido a otra, los mensajes desesperados cuando alguna no respondía, la incertidumbre, la furia... El miedo.


Respiras profundo, abrazas por los hombros a la amiga que camina a tu lado y agradeces en silencio a tu abuela y a todas las demás, porque gracias a ellas, tú al fin sabes lo que es la tranquilidad.