El teléfono suena una, dos, tres, cuatro, cinco, seis... Buzón de voz. De nuevo, nadie responde.

– Es la quinta vez que marco y no responde, seguro me odia, debe haberse enojado por lo que dije hace rato, ya no va a querer verme... ¡Qué idiota soy! Siempre arruino todo...

Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete... Buzón de voz...

– ¡Maldita sea! Siempre me pasa lo mismo, ya no puedo más, creí que esta vez iba a ser diferente. ¿Por qué hago todo mal? Yo me esfuerzo, pero siempre termino hartando a todos... Una última vez...

No suena ni una vez, va directamente a buzón de voz.

– Lo sabía, me odia, me odia tanto como yo me odio... De nuevo hice todo mal. Ahora debo ir a la cama y tratar de no pensar... Qué fácil, no pensar... Ya encontraré qué hacer el resto de la noche, necesito... Necesito una cerveza, necesito un cigarro, necesito dejar de sentir este absurdo vacío... Necesito dejar de llorar.

Una hora después, la puerta se abre.

– Hola amor, fui a comprar unas cosas y olvidé el celular en el auto, cuando regresé ya no tenía pila. ¿Estás bien? ¿Por qué lloras? ¿Necesitas algo?

Un largo abrazo calma poco a poco ese dolor. Otra crisis, pero aún no es tiempo de hablar del tema...