— ¡Salgamos!
— Pero… ¿A dónde?
— No importa, tú sígueme
— ¿Qué no ves que es imposible salir de aquí?
— Yo vi que uno lo logró. No quiero vivir en esta suciedad el resto de mi vida.
— Ni yo… y la oscuridad me aterra. Pero no sé, es muy arriesgado, no me atrevo.
— ¿Quieres morir aquí, sin haber conocido el mundo?
— Es que… ¿Qué va a ser de nosotros si nos vamos? No sabemos qué hay más allá…
— Seguro no puede ser peor que esto. ¡No soporto este lugar! Es muy húmedo y me enferma. ¿Vienes conmigo o no?
— Está bien… Voy contigo.
— Es nuestra oportunidad. ¡Vámonos!
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Rogelio le dio un gran mordisco a su manzana y vio sus dos dientes frontales encajados en ella. Con estos ya eran tres los que perdía en la semana.